En la sociedad moderna nos han enseñado que el triunfo es lo más importante, de hecho casi lo único importante. Si tienes dinero, si eres poderoso y si puedes darte una vida de lujos, eres un triunfador. De hecho en las recientes Olimpiadas de Río 2016 pudimos comprobarlo. No importaba qué tanto se esforzaran los deportistas nacionales, si no ocupaban un lugar en el podio ya eran tachados de blandengues, conformistas y fracasados.
Es cierto que el triunfo nos da satisfacción, nos hace sentir importantes, pero por estar enfocados en él, nos olvidamos de vivir el momento, de disfrutar el alcanzarlo en cada una de las etapas necesarias para llegar a él. Pensamos que lo importante es el lugar de destino y dejamos de admirar el camino. Nos olvidamos de que hacer el viaje es el propósito.
¿Pero qué pasa cuando no alcanzamos el triunfo que nos han impuesto? Nos sentimos devaluados, que no valemos, que hemos fracasado. ¡Y esto es absurdo! No podemos ganar todo el tiempo en todas las cosas. Algunos ganarán casi siempre en una disciplina a la que se dedican en cuerpo y alma, otros lo harán en ocasiones y muchos más nunca podrán ser el número 1. Vamos a poner de ejemplo la carrera de los 200 metros planos. Participaron 32 competidores para que al final Usain Bolt se quedara con la medalla de oro. ¿Fracasaron los otros 31? ¡No! Hicieron su mejor esfuerzo, que aunque no fue suficiente para ganar el oro, es algo que les debe hacer sentir orgullosos, como el mexicano Herrera que quedó en el lugar 20, a sólo 7 décimas de Bolt. Digo, si quedar a 7 décimas de Bolt no es motivo de orgullo, entonces no sé lo que es.
Así es la vida, unos ganan, otros pierden, pero eso no define lo que somos, lo que valemos, sin embargo para la sociedad es algo muy difícil de entender, y entonces nos vende un modelo del ganador, modelo que queremos copiar a toda costa, sin importar el precio. Y ese precio, que es muy alto, se llama estrés. Vivimos estresados por ser el mejor, por no fallar y, mientras, dejamos de vivir, de sentir y de disfrutar. Y toda esta acumulación de estrés daña mucho a nuestro cuerpo.
Además, al privilegiar sólo el éxito medible, nos colocamos en ese lugar de competencia absurda en donde por fuerza unos ganan y otros pierden, aunque sea por dos décimas o por una centésima. Acaso sería más grato el recorrido si nuestros logros los midiéramos en términos de gozo y plenitud, de realización y de expresión de nuestra individualidad y nuestro potencial; de prodigar nuestros dones al mundo.
Vivamos nuestra vida, disfrutemos nuestros triunfos diarios, que quizás no nos pongan en la supuesta cima del mundo, pero nos darán la satisfacción de que vamos avanzando en nuestro camino hacia ser las mejores personas que podemos ser.