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En preparación para la Navidad



Cada año me gusta aprovechar los días previos a la celebración de la Navidad para invitar a una reflexión sobre ella, que nos saque de la controversia de su aspecto literal y que nos saque también de una determinada fe que podamos o no profesar.


Yo soy una apasionada de los mitos. Lejos estoy de ser experta, como mi maestro Pedro Servín, pero algo le he aprendido, además del placer de escucharlos y contarlos, pues los seres humanos somos narradores de historias desde tiempos ancestrales.


De hecho, dice otra maestra mía, Jean Houston, que esta capacidad de contar historias es algo que nos diferencia de otras especies. Dice que nosotros contamos nuestras historias, y también contamos las historias de todo lo que nos rodea, en el plano visible y en el invisible.


Cuando escuchamos una historia de proporciones míticas, esa historia puede adquirir un significado eterno, pues ahora representa una realidad siempre presente, atemporal, y no queda ya sujeta al tiempo ni a la discusión sobre precisiones históricas que nos alejan de captar un sentido mucho más profundo que nos atañe a todos los humanos por igual.


Veamos la Navidad como un nacimiento espiritual que es diferente del nacimiento biológico que tuvimos todos. Es una invitación a dejar ese espacio conocido, seguro y cómodo, representado por el vientre materno, para entrar a una vida nueva.


El asunto del nacimiento de una virgen es también un aspecto universal en muchos mitos y por eso nos debemos alejar de lo literal que sólo constriñe nuestra visión y nos priva de ver nuestras potencialidades.



Jesús nació de una virgen, al igual que Buda, Mitra o Quetzalcóatl, e incluso Huitzilopochtli. Como se trata de una especie de renacimiento, por eso su concepción es extraordinaria.


Además, en general el nacimiento de todos estos Niños Dios se celebra en el invierno, lo cual se asocia con el sol. Niño Dios – Niño Sol.


El sol es una de las dos imágenes fundamentales con que la humanidad ha representado a la eternidad (la otra es la luna). Son símbolos de lo eterno en el tiempo. A diferencia de la luna que simboliza el eterno retorno y los ciclos, el sol trasciende al tiempo. Está más allá del tiempo.


El sol es toda luz y disipa la oscuridad. ¿Por qué entonces se asocia el nacimiento del Niño Sol con el invierno? Porque justo en el invierno es cuando la tierra está más alejada del sol, es un sol bebé que apenas empezará su camino hacia la luz total, pero ya marca el comienzo de su futura derrota de la oscuridad.


Ese niño Dios, ese niño sol, suele nacer en una caverna que representa el corazón (de ahí que muchas veces la posición de las manos frente al niño sea de devoción frente al corazón) pues es ahí en donde ocurre este nacimiento espiritual que dará luz al mundo. Esa luz surge del corazón... Si no nace en ti, en mí, en todos, en el corazón, esa luz no irradiará todo su poder.


Este nacimiento del que nos habla la Navidad y que nos toca a todos los humanos por igual se refiere a una vida que va más allá de condicionamientos sociales, biológicos, sexuales. Las preocupaciones de esta nueva vida no tienen que ver con sobrevivencia, ni con si somos suficientemente atractivas, ni con los kilos de más o de menos, ni con apariencias o prestigio, ni con nuestra imagen.


El nacimiento espiritual al que se refiere la Navidad como símbolo, es interior, es lo que ocurre a nivel del corazón. Hay que trascender la inercia de la vida y conectar con algo que nos lleva más allá de nosotros.


Y dicen los maestros que esa vida espiritual no es algo abstracto. Esa trascendencia se da a través del amor y de la compasión, del reconocimiento de la unidad y de nuestra conexión con algo superior. Y no se trata de salirnos de la vida, sino de entrar más profundamente en ella, recuperando la magia y el asombro de esta época.


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