La semana pasada hablamos de los cinco arrepentimientos que tenían las personas en su lecho de muerte, recopilados por Bronnie Ware, una enfermera de cuidados paliativos, y a petición de algunos de ustedes, vamos a hablar más a fondo sobre cada uno de ellos. Esta semana toca:
1. Ojalá hubiera tenido el valor de vivir una vida siendo fiel a mis sueños, no a la vida que otros (léase, padres, amigos, etc) esperaban de mí.
Como ya mencionamos, este lamento fue el más común. ¿Alguna vez has sentido como que tu vida no se parece a lo que habías soñado que sería cuando eras más joven? ¿En qué momento dejamos de perseguir nuestros sueños? ¿Qué pasó?
Cuando somos niños todos soñamos con que seremos bombero, policía, médico, maestra, astronauta. Otros quieren seguir la profesión de sus padres. Queremos seguir el camino de las personas que más admiramos, y no está mal. Nos imaginamos en actividades “apasionantes”.
Conforme crecemos nuestros gustos cambian. Es cuando nos damos cuenta de que, por más que admiremos a nuestro padre, eso de ser contador no suena tan divertido o nos damos cuenta que nunca podremos llegar a ser médicos porque no nos gusta ver sangre.
Y es cuando deseamos dedicarnos a algo que más nos apasione, y aquí es donde se empieza a complicar un poco el asunto. Hay personas que “tienen” que estudiar una carrera, que en realidad les desagrada, porque es la tradición familiar. Conocí un médico, de una especialidad cuyo abuelo había sido una eminencia en esa área, al igual que su padre. De hecho, él también lo era. El problema es que su hermano, que llevaba el mismo nombre que su abuelo y su padre, al sentirse presionado por tener que estudiar medicina y dedicarse a esa especialidad, mejor optó por suicidarse ¿qué fuerte, no?
Hay cientos de casos de actores, actrices, escritores, pintores, en fin, personas enfocadas al arte, que, para poder dedicarse a lo que realmente amaban, se vieron en la necesidad de estudiar primero la carrera que sus padres querían. Aún en los casos en que no se les impuso una carrera en específico, al menos sí se vieron en la necesidad de estudiar algo diferente para “tranquilidad” de la familia.
Y estos son los casos relacionados con los estudios, pero los hay en todos los aspectos de la vida. Mujeres que sólo pueden salir de la casa familiar si están casadas (afortunadamente los casos van disminuyendo); las parejas que “tienen” que tener hijos porque sus padres ya quieren ser abuelos; la preferencia sexual oculta para no escandalizar a los vecinos.
Y qué decir de los sociales. Por lo general nos dedicamos a perseguir los sueños de otros, que quizás no sean de ellos tampoco, sino de la sociedad. Sueños como tener una casa grande, el auto más veloz y último modelo o quizás hasta jugar golf, sólo porque nos dan estatus ante la sociedad.
Compra, usa, obtén, gasta, demuestra. Son los mensajes con los que nos vemos bombardeados a diario por una sociedad consumista, en la que el éxito no se obtiene, se compra. Y, además, se “debe” mostrar felicidad constante por haber logrado el éxito ¿Y quién es exitoso? La persona que más dinero tiene, que colecciona propiedades y automóviles como un niño que colecciona estampitas. Pero no todo lo que brilla es oro.
Muchas veces vivimos una vida que no nos satisface del todo, y posponemos nuestros sueños para más adelante: cuando alcance tal puesto, cuando tenga tanto dinero, cuando nazcan mis hijos, cuando vayan a la universidad, cuando me jubile, y vivimos esperanzados en que algún día los cumpliremos, como si fuésemos eternos.